La clave está en China, y China ya está operando. Las turbulencias financieras globales de este inicio de año se atribuyen al colapso de la bolsa de China, que tuvo que cerrar sus puertas dos días de esta semana ante las fuertes caídas de sus índices bursátiles: el lunes y el jueves. Sin embargo, ayer, las autoridades regulatorias decidieron eliminar las reglas para suspender las operaciones y hoy los mercados operarían todo el día, pasara lo que pasara (si bien persisten un buen número de medidas que restringen las operaciones en la bolsa de China).
El miedo era grande. Se temía que los inversionistas acudieran en avalancha para vender sus acciones, porque pasado mañana las autoridades chinas pueden volver a instaurar restricciones que impidan a los inversionistas deshacerse de su cartera. Las reglas pueden cambiar todos los días, y los inversionistas no quieren quedar atrapados. Sin embargo, si bien la jornada está resultando volátil, las bolsas chinas parecen estabilizarse y luego de una apertura a la baja, logran cotizar con subidas.
Posiblemente, los fondos estatales chinos están entrando con compras masivas para contrarrestar las ventas de pánico de los inversionistas minoristas. Pero en el momento de escribir esta nota, el Shangai Composite avanza un 1.6% y el CSI 300 trepa un 1.7%. Que las autoridades chinas logren estabilizar a la bolsa china es fundamental para tratar de detener la sangría de pérdidas en las bolsas mundiales. Estos primeros cuatro días del año han significado el peor inicio en Wall Street de la historia.
Por otro lado, el otro asunto chino que ha despertado resquemor en los inversionistas es la gestión del yuan por parte de las autoridades. El Banco Popular de China ayer recortó el tipo de cambio que sirve de referencia para fijar la cotización del yuan a su nivel más bajo desde marzo de 2011. La depreciación conducida del yuan, si bien apoya al sector exportador chino, también presiona las finanzas de las empresas altamente endeudadas en divisas extranjeras. La sorpresiva devaluación del yuan en agosto significó una etapa de intensa volatilidad en los mercados globales, supone una guerra de divisas entre los países de Asia e implica presiones deflacionarias sobre los países desarrollados, cuya inflación ya se sitúa en niveles muy inferiores a los deseados por las autoridades.